Barquisimeto, 01 de febrero de 2.012.
Querido Abuelo:
Hola, Abuelo, ¿cómo estás? ¿Cómo te portaste hoy? ¿Ya te bañaste? Mmmm, estás oloroso… Te escribo esta carta ,Abuelo, porque tú eres el gran amor de mi vida, así como yo lo soy de la tuya… ¿Verdad, Abuelo, que yo soy tu predilecta?
Yo sé que en tu corazón albergas grandes amores, tu esposa, tus hijos, tus nietos, familiares y amigos, tanto los de este mundo como los del más allá. Perooooo… que se pongan todos celosos, porque lo nuestro es especial.
Abuelo, cuando yo te conocí, que es lo mismo decir que cuando empezó nuestra historia de amor, tú contabas ya medio siglo de una vida honesta, útil y sencilla. Te llegué de sorpresa en 1.976. Ésta, tu primera nieta, llegó para acapararte.
Mi recuerdo más antiguo es yendo de tu mano a la bodega: Ahí va “Para” (como todos te dicen), con el rabito atrás! Y es que eso fui en mi infancia, tu rabito, tu apéndice, tu toñeca, tu compañera inseparable.
De esa misma bodega me traías “Las Cucarachas”; ésas que me decías se habían metido traviesas al bolsillo de tu guayabera, y que yo me apresuraba a sacar, para verlas transformadas en un dandy, un cocosette o un cheese tris.
Mientras mamá estudiaba todo el día Medicina en la Universidad, eras tú, Abuelo, el que me preparaba el desayuno. Mmmm… tajadas, huevo frito, queso y suero… única y exclusivamente para mí, para tu “Corazón”, porque así me decías chiquita: “Corazón”.
Si a mi mamá le tocaba guardia nocturna, yo me metía entre tu y mi abuela para dormir, y eras tú, Abuelo, quien pasaba horas contándome las aventuras de Tío Tigre y Tío Conejo, o cantándome ¡Hilitos, hilitos de oro! ¡Qué afortunada fui!
Entre cuentos y canciones, me seguí enamorando de ti. Ay Abuelo, qué lindo poder recordar mi niñez, porque siempre estuviste ahí conmigo. Cuando faltó mi papá, nunca faltó mi “papabelo”.
Como Meteoro y Trixie, formábamos un equipo bien particular. Abuelo piloto y nieta copilota, anduvimos siempre juntos haciendo diligencias. Ya tú estabas jubilado del MTC, pero en esos recorridos me enteré que trabajaste haciendo de todo y en todas partes: Fuiste ordeñador, agricultor, vendedor de leche, maíz, cambures, aguacates y conservas, chofer, asistente, inspector de obras públicas y tantas cosas más.
Le hiciste los mandados a Doña Menca cuando el doctor Raúl Leoni era Ministro del Trabajo y participaste en la construcción del Puente sobre el Lago de Maracaibo y del Distribuidor La Araña, ¡na´guará!
Al final de la jornada, tú y yo, de regreso en el Chevy Nova anaranjado, con la misión cumplida. En esa época no se usaba el cinturón de seguridad, pero tu mano protectora siempre estuvo allí para atajarme en algún frenazo. En la última parada, ya muy cerca de la casa, tu cervecita Zulia y mi tizana. ¡Salud!
Luego fui creciendo, Abuelo, y tú siempre ahí, incondicional, permanentemente conmigo. Llevándome a la escuela, al liceo, al conservatorio, luego me enseñaste a manejar. Vino la Universidad, estudié Ingeniería porque me dijiste: “No estudies medicina como tu mamá, porque es muy sacrificado.” Y te hice caso, Abuelo.
Tú no manejaste más, un glaucoma te atacó un ojito. Pero me ayudaste a comprar mi primer carro, un escarabajo rojo. Y cuando me gradué ahí estabas tú, con mi medalla al cuello. Y es que cuántas cosas te debo y en cuántas cosas más me has ayudado y aún lo sigues haciendo. No me alcanzan las líneas de esta carta para contarlas y mucho menos para agradecerte.
En el año 2.000 nos diste un gran susto, Abuelo. Te nos pusiste malito, muy malito, y todo por la negligencia de un doctor. En aquellos días terribles, de desacertadas cirugías, de médicos con extrañas excusas, de largas esperas, surgió la esperanza. Dios te siguió dando vida y nos bendijo con ese milagro de tu sanación, para la alegría de todos los que te amamos tanto. ¿Cómo no enamorarme de ti, Abuelo, si en esos días, con todo lo que te estaba pasando, que era demasiado, no dejaste de preocuparte por mi?
Y es que, ¿quién puede resistirse a los encantos un hombre como tú? Tú que siempre has tenido un inigualable sentido del humor, que tu conducta ha sido tan bondadosa como intachable, que has sido un hombre fiel, trabajador, educado, hermoso, juguetón y consentidor. Dios le deparó a mi abuela el mejor esposo del mundo… porque hasta hoy eres incapaz de servirte una taza de café para ti, sin servirle una a Susana primero.
Y después de unos años, Abuelo, llegó una indiscreta visita, un viejo bandido, que vino a jorobarnos. Ese viejo grosero te vino a molestar y descaradamente se apropió de tu buen juicio. Abuelo, ese viejo osado hasta te raptó un día de la casa por varias horas, y solo en un descuido, pudiste escapar y regresar a tu hogar, para alivio de nosotros que te buscamos hasta debajo de las piedras por todo Barquisimeto. Y al llegar solo dijiste que tú no estabas perdido, que estabas trabajando.
Ese viejo hechicero te vino a confundir, te llevó pícaramente a bordo de un Ruta 7 al centro electoral y cuándo te pregunté por quién votaste, me dijiste “Por Chávez”, y yo te dije “¡Abueloooooo, pero si tu eres Adeco!” ¡Qué vaina, Abuelo!
Ese viejo sinvergüenza -porque tú no eres, Abuelo- se hace en tus pantalones todas las madrugadas. Por eso hay que pararte tan temprano, meterte al baño, y ponerte mucho perfume para que huelas rico de nuevo. Ese viejo abusivo te hace madrugar para ir al Ministerio, ponerte dos correas, comer de más y degustar cosas raras, como migas de arepa con ponche crema.
Ese viejo embaucador esconde las llaves y los celulares de todo el mundo en tu closet, se roba tu carro del garaje y te deja a pie, pidiendo cola todo el día para poder irte a tu casa, que no es ésta donde amaneciste, sino la otra, la del pueblo. En una bolsita echas unos zapatos, un casco, media catalina y una naranja; el equipaje que te basta para tu viaje imaginario. Cuando te vas a dormir, hay que deshacer la bolsita, mientras en tus sueños rehaces ilusiones.
Don Alzheimer, ese viejo, a veces es bueno contigo, te pasea por épocas lejanas con tu querida mamá Tana, cuando cabalgabas un morrocoy y lo arreabas chocando una piedra en su caparazón, para que se te quitara el asma. Te hace creer que una Ford Explorer es una Mula, y que tu burrito Anisetero, ése que te regaló tu papá en los años 30, está amarrado en el jardín. Te hace pensar, solo por ratos, que tu esposa no es tal, sino que es tu suegra, la mamá de Susana, que está cuando mucho treinta añera, esperándote con tus diez hijos chiquitos en la casa de Urachiche. Te reúnes con tus hermanos, los que han fallecido, en conversaciones rutinarias que cuentas con naturalidad. “Por ahí vino Alfonso, y me regaló este lapicero”, dices y también dices que te invita un desayuno con arepas de maíz pilao, cochino frito y guarapo de papelón en una Venezuela de antaño, donde la palabra era sagrada, los valores eran pan de cada día y las lecciones de la escuela se aprendían a punta de reglazos.
Abuelo, hoy tienes 85 años, una letra preciosa, agilidad al caminar y un oído biónico. Puedes escuchar hasta el susurro de mi tía al final del pasillo, que dice: “Papá se cag… anoche”, y te enojas con toda la razón. ¡Qué injuria!
Y aunque la memoria te falle y todos los días me mandes a comprar maíz pa´ las gallinas, nunca has olvidado mi nombre. Abuelo, nada acabará con nuestro idilio. ¿Verdad, Abuelo, que yo soy tu Corazón? ¿Verdad Abuelo, que yo soy tu predilecta?
Yo sé que sí…
Tu nieta, Karere.
http://www.concursocartasdeamor.com/otras/2012/carta-a-mi-abuelo-don-diogenes/
Entre las 40 preseleccionadas.
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