Carlos:
Tú siempre tan oportuno. Faltaban cinco pa´ las doce cuando enviaste
esa bendita invitación por WhatsApp… Así que medio atorados con las
uvas y venciendo un poco la alergia al pasado, fuimos entrando al chat,
todos los que hace veinte años nos conocimos en la Universidad e hicimos
parte de una camarilla de amigos que más allá de éxitos académicos
compartimos sin reserva todas las torpezas de nuestra juventud: La Goma.
Ese nombrecito… La Goma. Una oda a la flojera, a nuestra desazón de
adolescentes y a esas ganas imperiosas de escapar del maldito cálculo;
un idilio con el ocio, resumido en el lapso de tiempo libre después de
almorzar en comedor. Dos horas para hablar tonterías, jugar cartas,
coquetear y caernos a naranjazos, tirados en el suelo del pasillo de
Ingeniería Química.
Carlos, te vas a casar y quieres reunirnos de nuevo en tu boda. Tú,
nuestro querido “Spike”, el del diente “Quita y Pon”, el de los
inalcanzables limones de Ana María, el temerario que nos metía a
hurtadillas en su residencia estudiantil para pasar la borrachera, te
lanzas al agua, por fin…
Rostros extraviados en la memoria fueron emergiendo en el teléfono,
unos más gordos, otros más arrugados, alguna que otra cana pegada a las
sienes y varias cabecitas asomadas de los niños de la nueva generación.
Las franelas teñidas al estilo psicodélico desaparecieron y dieron paso a
elegantes trajes con corbata. ¡Feliz año a todos! ¿Qué es de tu vida
Ramón? ¿Cuántos hijos tienes ya Madi? ¡Alguien que pase el número de
Willy! ¿Quiénes pueden ir a la boda? ¡Confirmen los que puedan!
“Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!”… De aquellos
días de los tempranos noventa parece no quedar nada. Ya no podremos ir a
la playa a pernoctar durante una semana con tan solo cincuenta
bolívares, cambiar de novio como cambiar de pantaletas, mezclar el
aguardiente con chimó y morirnos de los excesos sin que nos lleven a
emergencias. Ahora resulta que estamos muy preocupados por nuestros
cupos verdes, el colegio de los muchachos, el trabajo, la estanflación,
la escasez y la inseguridad. Tirapiedras de otrora que ya toman
pastillas para la hipertensión.
Carlos, tú siempre tan oportuno, con la invitación llegaron los
recuerdos y con mi respuesta te doy las gracias… para mí sigues siendo
el amigo que enjugaba mis lágrimas en un pañuelo con vinagre y me decía
que lloraba bonito, el consentidor de las panquecas con besitos robados
en la litera, el que me cargaba los libros cuando íbamos a jugar pool a
“Los Horcones” y me daba la pata-gallina para saltar la pared, mi
alcahueta de travesuras y el que logró la cuadratura de mi Volkswagen
Escarabajo. Socios al comprar la botella de anís y hermanos en la
vomitada.
Por supuesto que voy a tu boda. Veinte años más vieja pero con la
misma ilusión de la carajita que iba a la discoteca con la cédula falsa
para encontrarse con sus amigos. Espero que cuando digas: ¡Sí, acepto!
el diente permanezca en su lugar, y si se te cae, no te preocupes,
cualquier gomero estará pululando por ahí para recogerlo y cagarse de la
risa.
http://concursocartasdeamor.com/retornando-a-la-goma/
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