Hasta la puerta gris
Andrés:
Me fui. Apenas y llegué hasta la puerta
gris. Te dejé la vianda con la hermana de alguien cuando me estorbó el primer
rayo de sol y el churrasco todavía
estaba caliente.
Hace treinta años mi mamá te sentenció: “Ese
muchacho es buen mozo pero medio pendejo”. A mí con lo primero me bastó, bendita
la candidez de los pocos años; hoy, lo segundo me hizo dar la media vuelta y
llevarme a rastras un desafinado acordeón de recuerdos, desde el primer
cigarrito que compartimos frente al liceo hasta las cicatrices de las cesáreas
de Enrique y Daniel.
¿Que si te quise?, por supuesto que sí. Te
quise con el cafecito por la mañana y cuando te llevaba la pastilla para la
hipertensión.
Fuiste un buen marido, pero debes saber que
hasta la mujer más sencilla se cansa de la peladera, del carrito por puesto y
de pedirle a la comadre que le pase la plancha.
Yo también fui buena, nunca dejé de atenderte, ni en la cama ni en el
fregadero.
Treinta años Andrés, siempre esperando que
hicieras algo grande. Después de tanto tiempo no era mucho pedir un poco de
comodidad, una vuelta por el mundo más allá de Camurí Chico o una casa bonita
como la de al lado.
¿Qué si te presioné?, está bien lo acepto.
No pude evitar torcer la boca cada vez que nos faltó la plata, quejarme y
despotricar contra tu desidia hasta empujarte a hacer algo que no hice yo misma
por respetarte los pantalones.
Que te agarraron, no fue mi culpa. Debí
saber que no todo el mundo es tan avispado como el esposo de la vecina. Pero no
creas Andrés que te abandoné por falta de amor. Me fui porque jamás podría
saltar en pelotas frente a esas guardias tan mal encaradas. Ni pensar tener que
madrugar en días de visita durante los próximos treinta años. Yo no soy tan
buena y al fin y al cabo tú tampoco eres Mandela.
Adiós,
Beatriz.Carta Finalista en: